Me había prometido volver pronto a este restaurante, pero dilaté mi regreso por temas de horario. Como en la semana no abren para almuerzo, solo queda ir el fin de semana. Es un sitio muy acogedor, decorado con un gusto exquisito y minimalista. La dueña y chef es muy atenta (igual que su marido) y los camareros impecables. Pedimos una copa de vino blanco y un vermouth de entrada, para decantarnos por el linguine a la vongole, en mi caso, que son los mejores que he comido en Panamá, abundantes, con un ligero toque de tomate en el aceite de oliva y tagliatelle a la Amatriciana, también en abundante porción y muy del gusto de quien lo pidió. Fue rápida la salida de las comidas y vinieron calientes y al dente, se nota que lo hacen en el momento. De postre pedimos un tiramisú, que es para comerlo arrodillado, y un postre de limón que llaman Carlota, que satisfizo plenamente. El único inconveniente que debo señalar es que cobran (sin advertirlo por ningún lado) $3.00 por un cazito de queso parmesano y otro cargo que hicieron de $5.00 por la pasta sin gluten.
