Me hacía mucha ilusión venir a este lugar, después de ver los reviews y los comentarios sobre el servicio. Claramente mea culpa por ir con altas expectativas (especialmente con el servicio en nuestro país). Cena para dos, temprano -7:30. Mi acompañante ya en la mesa al yo llegar, restaurante vacío y nuestra mesa pegada a la ventana de la cocina. Luz blanca fuerte, a la izquierda la puerta de la cocina a la derecha los baños. Sin sentarme le pido al mesero si nos pudiera poner en otra de las mesas de dos vacías. Muy amable va a consultar con la hostess quien le dice que el restaurante está lleno. (No hay nadie…) me quedo un poco desencajado con la respuesta sin sentido y la hostess viene a decirme que está todo lleno. Le pregunto si cada persona que reservó llamó para pedir específicamente cada mesa que fue asignada a lo que me respondió que sí. Yo puedo entender que no quieran cambiar las mesas para no tener que volver a acomodar la mesa abandonada, pero que insulten tu capacidad intelectual con esa respuesta… Solo no me retiré por vergüenza con mi acompañante ya sentada. En fin, pedimos 2 entradas, 2 platos fuertes y un postre. Iba con hambre y ganas de pasármela bien, el hambre no hizo que me pareciera la comida fantástica y sí aceptable. Lo único que puedo resaltar como extraordinario fue el postre. Salir a comer a un restaurante especialmente a cenar cuando el precio, decoración y nivel del lugar tácitamente te prometen vivir una experiencia, involucra calidad de ingredientes, ejecución de los platos, montaje y en todo momento atención al detalle. Los meseros no deben llegar a la mesa preguntar quién ordenó el pescado y de quién es el cordero.
