Un restaurant donde vale la pena sacrificar la elegancia por su calidad. Es lo que en New York llaman un “Hole in the wall” pequeño, sencillo y medio escondido, pero acogedor. Siempre lo había visitado de día, pero de noche la experiencia es mejor, si bien sigue sin ser elegante, resalta un poco más la decoración. La relación calidad/precio de los nigiris es inmejorable. El Ramen está muy bien. Agradecimiento especial a los saloneros y chicos de la cocina, ya que llegamos 5 minutos antes del cierren y nos atendieron con muy buena disposición. Volveremos.

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