Una experiencia siempre agradable. Las vistas son espectaculares. El lugar es acogedor. He venido casi año tras año, y es bueno ver cómo cambia el menú y cómo integran nuevos platos.
El personal de atención es fascinante: te dejan tomarte tu tiempo, te orientan si es necesario y tienen conocimiento de los platos. La verdad, su atención es excelente, pero la cocina aquí también sabe brillar. Son un complemento perfecto para un buen servicio.
He probado varios platos y disfrutado de los desayunos. (Aquí entre nos: recomiendo quedarse en el hotel, desayunar aquí es un lujo con las montañas y la neblina). El desayuno americano, el típico, el del valle o el saludable… todos son deliciosos.
Entre los platos: las croquetas de chorizo (pequeña recomendación: vean recetas de croquetas con bechamel, no necesariamente para estas, pero podría dar buenas ideas a futuro), las pastas —la putanesca con un sabor fresco, la cacio e pepe que no siempre es fácil de lograr y aquí resulta muy rica—, el risotto de langostinos con una fusión de sabores panameños e italianos que funcionan muy bien, las alitas en salsa de ron Abuelo, otro acierto más, y la hamburguesa “Las Nubes”, muy rica (aunque confieso que la quisiera más grande… me la acabé en nada, jajajaja).
También probé el risotto de brisket, interesante; eso sí, el contraste dulce y salado debe llamarte la atención, de lo contrario tal vez no sea tu platillo. El queso brie al horno en reducción de vino es una entrada deliciosa.
Y ni hablar de acompañar todo con una copa de vino o un café frente a esta vista: simplemente especial. Siempre provoca volver.
