Una deliciosa experiencia de restaurante. Desde que llegas ya te sientes en Chile. El ambiente y la decoración te hacen sentir como si estuvieras en Santiago. El servicio super personalizado, el chef te dedica tiempo para explicarte cada plato. Los platos toman entre 10-15 minutos en salir, lo cual es súper bueno. Mientras esperábamos comimos unas empanaditas de pino, la masa rica, el relleno de pino en su punto, nada más que decir, una verdadera empanada chilena. Luego comimos unos sándwiches, el mío uno de lomito alemán, la carne tierna, jugosita y súper suave! El pancito del sándwich muy bueno. Recomiendo comer todo con unas cervecitas chilenas que en el restaurante tienen una pequeña variedad.

Es un lugar acogedor, privado, cada mesa tiene como unas pantallas que te dan privacidad para estar con los que están comiendo y que más nadie te vea, pero a la vez no te sientes encerrado. La comida muy bien lograda y con un sabor exquisito. Fuimos con los niños y el ambiente al ser tan privado no interrumpió nuestra experiencia.